Cogió la llave y se la tendió al joven que distraído daba golpecitos en el escritorio, con el filo de la raqueta. El señor Gilbert vio sus mejillas hundidas y sus manos delgadas y temblorosas. Me voy a reparar un poco… estoy tan inquieta –ha dicho tocándose la cara con angustia. Lucía Mitre apoyó los codos sobre las rodillas, mantuvo la cara entre sus manos y lo miró con fijeza tal y como si no comprendiera lo que le solicitaba.
Para ello he elegido 51 cuentos latinoamericanos que considero representativos de una manera de redactar en corto . Últimamente vemos varios casos de bullying en los medios, se publican vídeos de jovenes pegando a compañeros de clase, riéndose de ellos, se vuelven virales. En el cuento para pensar de Luisa Aguilar nos habla del respeto y de la necesidad de ser fuertes y valientes con uno mismo. Aplaude las diferencias y la valentía de esos de los que se burlan.
Pero la idea de separarse de Jacinta era molesto y la rechazó. De mañana, encaró la situación, ponderó las cosas, consideró que, entregándole al otro su sobrina, no perdía totalmente, al tiempo que de no seguir de esta forma, los diez contos se esfumaban irremediablemente. Y, además, si ella lo quería y él la deseaba a ella ¿por qué razón separarlos? Todas las hijas se casan, y los padres se satisfacen viéndolas contentos.
Cuento Corto Latinoamericano De Jorge Ibargüengoitia: Mis Embargos
La señora Lucía termina de fallecer –anunció sin dejar traslucir su emoción. A fin de que lleve a cabo algo por la señora… para que la recoja. Un señor mexicano es, donde desee, siempre un caballero. ¿Y usted, señor Brunier, cuántas salamandras tuvo? –preguntó Lucía con interés, tal y como si de pronto recordara que debía charlar mucho más de su interlocutor y menos de ella misma.
Se pierde la camisa, en el momento en que no lo que ella viste. Era el suyo un amor meditado, a prueba de remordimientos. Inmediatamente lo supo Juan Joaquín, sumido en su franciscanato, dolorido pero ahora medicado. Fue, pues, con la querida a encontrarse –ella sutil como alas leves, pantanal de engaños, la firme fascinación.
Una Historia Corto De Silvina Ocampo: La Cabeza Pegada Al Vidrio
Jamás más volvería a oír sus canciones de niña y muchacha; no sería ella quien le haría el té, quien habría de traerle, durante la noche, cuando él quisiera leerlo, el viejo tomo gastado de Saint–Clair de las Islas, dádiva de 1850. No deseó; tres o cuatro veces rechazó el ofrecimiento. La primera impresión había sido de alegría, eran diez contos que no se irían de su bolsillo.
Los íntimos sufrían mucho más, porque él les afirmaba brutalmente que todavía no era un cadáver, que la presa todavía estaba viva, que los buitres se equivocaban de fragancia, etcétera. Virginia, en cambio, jamás tuvo que padecer un solo momento de mal humor. Falcão la obedecía en todo, con pasividad de niño, y cuando reía era pues ella lo hacía reír. De esta forma estaban las cosas en el momento en que cayó en su casa otra sobrina. Era la hija de su hermana viuda, que, al filo de la desaparición, le solicitaba encarecidamente que se ocupase de ella. Falcão no prometió nada, por el hecho de que un cierto instinto lo llevaba a no prometer nunca nada a absolutamente nadie, pero lo cierto es que recibió a la sobrina tan pronto como su hermana cerró los ojos.
Cuento De Eduardo Galeano: El Beso
Como vivían en la localidad no debían temer al lobo, que no habita en climas tropicales. Asombrado por el a todas luces infundado miedo al lobo, pregunté a un fugitivo retardado que apenas podía correr con sus muletas tullidas por el reuma. Sin dejar de mirar atrás y correr adelante, el inválido me explicó que el niño no gritaba ahí viene el lobo sino ahí viene Lobo, que era el dueño de casa de inquilinato, quintopatio o conventillo donde vivían todos sin abonar la renta.
Venían de una parte de Garibay a conocer la casa, por el hecho de que tenían interés en “facilitarme” el dinero que yo necesitaba. Regresó a su casa irritado y aterrorizado. La sobrina se desvivió deseando entender qué le ocurría, finalmente él le contó todo, y la llamó desagradecida. Jacinta empalideció; amaba a los 2, y los veía tan unidos que no se imaginó nunca frente a la disyuntiva de tener que contraponer sus aprecios.
Y así lo había traído desde entonces. Pese a mi torpor, de mis ojos hinchados, de mi aire de recién salido de la gruta, no me detengo jamás. Día y noche zumba en mi cráneo la abeja. Salto de la mañana por la noche, del sueño al despertar, del tumulto a la soledad, del alba al crepúsculo. Inútil que cada una de las 4 estaciones me presente su mesa opulenta; inútil el rasgueo de madrugada del canario, el lecho bello como un río en verano, esa joven y su lágrima, cortada al declinar el otoño.
No tuvo necesidad de buscarla, por el hecho de que siempre supo que se encontraba en exactamente la misma casa de su desdicha y hacia allí dirigió su vehículo. Para entonces existían buenas rutas y las distancias parecían más cortas. El paisaje había cambiado en esas décadas, pero al ofrecer la última curva de la colina apareció la villa tal como la recordaba antes de que su pandilla la tomara por ataque. Detuvo su vehículo a cien metros de la puerta y no se atrevió a proseguir, pues sintió el corazón explotándole dentro del pecho. Iba a ofrecer media vuelta para regresar por donde mismo había llegado, cuando surgió entre los rosales una figura cubierta en el halo de sus faldas. Cerró los párpados deseando con toda su fuerza que ella no lo reconociera.
Dulce Rosa Orellano suspiró satisfecha. Lo había llamado con el pensamiento de día y de noche durante todo ese tiempo y al fin estaba allí. Pero lo miró a los ojos y no descubrió en ellos ni rastro del verdugo, sólo lágrimas frescas.
Margarito era el hazmerreír de la clase, el juego preferido de los cabros grandes que le gritaban «Margarito maricón puso un huevo en el cajón». No lo dejaban en paz con la letanía despiadado de ese coro que no paraba hasta llevarlo a cabo plañir. Hasta el momento en que sus ojazos alterados se vidriaban con el amargo suero que hería sus mejillas.